Dijeron “No” a la guerra: las objetoras de conciencia británicas en la Segunda Guerra Mundial

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es

Por Mitzi Bales, activista pacifista de la
Internacional de Resistentes a la Guerra (WRI-IRG)




Cuando el 15 de enero de 1943 Nora Page
era conducida a la cárcel en la Black Maria (sobrenombre del furgón
policial en Inglaterra), se iba diciendo a sí misma: “Tengo que
llegar hasta el final”. Nora Page no era la primera objetora de
conciencia británica, ni tampoco la primera en ir a la cárcel por
ello, pero su historia sí nos ha llegado, en la forma de una extensa
entrevista grabada en 1980 en el Imperial War Museum (museo de las
guerras imperiales). En ella, Nora expresa sus creencias poderosa y
claramente: al fin y al cabo, desde 1937 había sido activista en la
Peace Pledge Union (PPU, organización pacifista inglesa) y había
trabajado como voluntaria asesorando a quienes hicieron objeción de
conciencia entre 1941 y 1945.

La historia de Nora Page ilustra cómo
afectó la cuestión de la conscripción a las mujeres que dijeron
“no” a la guerra como resultado de sus creencias o ideas durante
la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, nos permite conocer qué opinión
tenía la sociedad de la objeción de conciencia.

El movimiento por la paz se desarrolló
durante los años de creciente desasosiego con la dictadura y los
avances militares de Hitler. Nora se había topado con un vendedor de
Peace News (PN) en la calle. Era el periódico de la PPU, una
organización pacifista. Leyó sobre la misma y al poco tiempo, se
unió a ella y empezó a vender el periódico también. El movimiento
contra la conscripción surgió en 1939 en el seno del movimiento por
la paz. Nora se enteró por el Peace News que había una
reunión sobre ese tema y decidió asistir. Le impresionó que el
fundador del movimiento no fuera pacifista y que estuviera contra la
conscripción. Cuando empezaron a reclutar a la gente, participó en
los piquetes informativos que se montaron en los puestos de
Intercambio de Empleo, que era donde debían registrarse las personas
en situación de poder ser reclutadas. Los piquetes le planteaban la
posibilidad a estas personas de que se declarasen objetoras de
conciencia.

Nora explica que hasta que de hecho
empezó la guerra, el público en general tenía una actitud
indulgente hacia el pacifismo, del estilo “me es indiferente”.
Cuando se juntaban varias personas en la calle para informarse o
charlar con quienes vendían el Peace News o repartían
literatura pacifista, la policía les obligaba a transitar. Sin
embargo, Nora y sus compañeros conseguían siempre estar en buena
relación con el público y la policía en el área de Londres. Tenía
bastante desarrollada la técnica de desarmar a quienes se acercaban
para criticarles respondiéndoles con alguna información que les era
desconocida.

Con la extensión restringida de la
conscripción militar a las mujeres en 1941, y con la ampliación de
la obligación para hombres y mujeres de trabajar en fábricas y como
guardafuegos, la historia de Nora pasó a ser la historia de una
objetora de conciencia. Se produjo el problema concreto de que podías
declararte objetora de conciencia al servicio militar, pero no a la
obligatoriedad de trabajar en fábricas (trabajos industriales) o
como guardafuegos.

El camino de Nora a la cárcel es un
ejemplo de lo que era ser objetora de conciencia en la Segunda Guerra
Mundial. Primero la “orientaron” (Orientación Laboral, lo
llamaba la ley) a un trabajo en una frutería. Como “absolutista”
–así se llamó a las personas que tampoco aceptan realizar el
servicio sustitutorio al servicio militar–, se negó a hacerlo. No
le quitó importancia al trabajo, según explica en su entrevista:
“Yo partía de que no iba a aceptar ningún trabajo que no me
hubieran dado en tiempos de paz”. Al parecer, y esto no era lo
habitual, las autoridades no reaccionaron en ningún sentido: el
ministerio de Trabajo y el Servicio Nacional tenían que perseguir a
tanta gente para que “arrimara el hombro en el esfuerzo de la
guerra” que había quienes se libraban.

Sin embargo, sabemos por ella misma que
la pillaron después, con otras normativas: “Me habían asignado
labores de guardafuegos en la patrulla de mi calle e hice mi turno la
noche que me tocó. Después nos indicaron que debíamos registrarnos
como guardafuegos… Escribí a las autoridades para comunicarles que
no lo había hecho porque no estaba de acuerdo con la conscripción”.

Su juicio fue en Tottenham, norte de
Londres, y la condenaron a 14 días en Holloway, la cárcel de
mujeres. Cuando la bajaron al calabozo, le llevó a las presas
pudieron comida elaborada por las mujeres que habían ido a apoyarla
a sus juicios. Explica que las oficialas de prisiones fueron amables
y que incluso salieron a despedirlas cuando se las llevaron después
en la Black Maria. En esto, la experiencia de Nora fue muy distinta a
la de muchas otras objetoras de conciencia, que fueron humilladas y
maltratadas verbalmente durante los juicios así como después.



Objetoras al trabajo en fábricas y como guardafuegos

Nora cumplió sus 14 días de cárcel
al mismo tiempo que Kathleen Lonsdale, la eminente científica
cuáquera, que había sido condenada a un mes por negarse a
registrarse como guardafuegos. No llegaron a conocerse pero Nora
menciona que fue “agradable saber que alguien importante” estaba
en la cárcel al mismo tiempo que ella.

Kathleen Lonsdale era cristalógrafa, y
había desarrollado varias técnicas para los rayos X. Este trabajo
junto con otras aportaciones a la química y la física le
proporcionaría más tarde un lugar en la Royal Society. Estaba
casada y era madre de dos hijas y un hijo menores de 14 años, por lo
que estaba exenta de registrarse; sin embargo, había decidido
hacerlo para poder negarse por razones de conciencia. Fue la primera
cuáquera encarcelada como objetora. Declaró que no tenía nada en
contra de actuar como guardafuegos, pero que pensaba que el tema de
la guerra en sí mismo y el recorte de las libertades civiles
inherentes a las obligaciones que ésta imponía eran lo que entonces
prevalecía.

Mientras Kathleen estuvo en Holloway
organizó la reunión cuáquera semanal, protestó por la mejora de
las condiciones carcelarias y ayudó a mantener la moral alta entre
las presas de su galería. Cuando quedó en libertad escribió sus
memorias de su paso por la cárcel, una de las pocas obras de esta
naturaleza publicada en aquel periodo. Las publicó el Prison Medical
Reform Council (consejo para la reforma médica en las cárceles), y
es una valiosa fuente de datos sobre las penurias que soportaban las
presas, aunque el énfasis se centra en la cuestiones de sanitarias.

Connie Bolam, doncella de Kitty
Alexander, fue la primera objetora de conciencia. La encarcelaron en
enero de 1942. Procedía de una familia de objetoras y objetores de
conciencia de Newcastle, al norte de Inglaterra. Las autoridades
“orientaron” a Connie a trabajos en el campo, en comedores u
hospitales, pero ella, absolutista convencida, se negó a
realizarlos, por lo que fue condenada a un mes de prisión por un
tribunal de Newcastle. Lo cumplió en la cárcel de Durham. En junio
de aquel mismo año se presentó ante el tribunal de Durham y
Northumberland como objetora de conciencia a la conscripción
militar. El presidente del tribunal, que le era hostil, declaró:
“Este tribunal tiene un sentido común del que usted carece. Deje
de decir tantas tonterías”. Le otorgaron la exención bajo la
condición de que realizara trabajos en granjas, hospitales o
comedores. Ella lo recurrió sin éxito, aceptando finalmente la
exención condicional, al parecer. Es posible que para entonces
tuviera otras cosas en la cabeza: había recibido numerosas cartas de
apoyo gracias a la publicidad que suscitó su caso, y se había
casado con uno de los hombres que la apoyaba.

Kitty Alexander, por su parte, se había
negado a registrarse, y la condenaron a un mes de cárcel. Además,
la despidieron de su empleo remunerado en una oficina de seguros.

Ivy Watson también pasó por una
experiencia agotadora. Habiéndose
negado a registrarse, su juicio fue en Startford (este de Londres)
tres días antes de la Navidad de 1943. La condenaron a pagar una
multa de £25 o bien a tres meses de cárcel. Eligió la cárcel,
pero al cabo de cuatro semanas su salud había quedado tan mermada
que le pidió a su familia que pagara la multa para salir de allí.

Su narración, publicada en el boletín
del CBCO (comité central para la objeción de conciencia), se suma a
lo que cuenta Kathleen Lonsdale en sus memorias. Cuenta que a las
presas le daban una vez al mes un pequeño trozo de jabón y unas
medias; que no tenían pañuelo, abrigo o papel higiénico. Como las
demás, usaba una manta sucia como abrigo, y el único papel que
podían utilizar para limpiarse procedía de una biblia. Soportó la
tortura psicológica hasta lo que sería el último golpe, que no
pudo asimilar, cuando pidió que la visitara un párroco de la
Iglesia No Conformista, y al llegar éste a la prisión, las
autoridades le dijeron que ella ya no quería verle, por lo que se
marchó, desconcertado.

Joan Williams (de soltera, Locke) era
auxiliar de bibliotecas en la Biblioteca Pública de Shoreditch. Dejó
una crónica titulada Experiencias de una objetora 1939-43.
Le había llegado la llamada a que se registrara en agosto de 1941,
como al resto de mujeres de 26 años. Se negó a hacerlo con una
carta al ministro de Trabajo. Tuvo noticia de que su carta había
llegado a su destino, pero no volvió a saber nada del caso hasta
junio de 1942, cuando volvieron a comunicarle que debía registrarse.
Volvió a negarse. Misiva va, misiva viene hasta marzo de 1943,
cuando la convocaron a juicio en Clerkenwell, acusada de negarse a
recibir la Orientación Laboral. Como persistía en su postura, se la
retuvo bajo custodia dos semanas más para que se lo pensara. Se
mantuvo firme. El nuevo juicio que se celebró ilustra bien cómo se
defendían las objetoras de conciencia ante el tribunal:

Joan W: Reconozco
que el país ha sido muy generoso en su trato a las objetoras y
objetores de conciencia, pero se echa en falta la cláusula de
conciencia en la Ley de Conscripción Industrial, y yo objeto al
principio de esa ley.


Magistrado:
¿Objeta usted a la ley?


Joan W: Porque
implica la organización del país para el propósito de la guerra, y
yo no puedo participar en la guerra.


Magistrado: ¿Se
niega usted a aceptar la Orientación Laboral? Si es así, tendrá
que ir a la cárcel.


Joan W: Prefiero
ir a la cárcel.





La condenaron a dos meses de cárcel,
condena que fue conmutada por seis semanas más tarde. Narró su paso
por Holloway: nos cuenta que entre las objetoras que conoció al
llegar allí había tres o cuatro testigas de Jehová, una metodista,
una persona sin denominación religiosa, y una cuáquera. Podían
reunirse y hablar un poco durante los periodos de ejercicio físico y
recibían la visita de personas cuáqueras. Joan trabajaba en la
biblioteca, limpiando el suelo, ocupándose del traslado de libros y
pasando a máquina el catálogo de publicaciones. Después de su
puesta en libertad, recibió tres notificaciones más para ser
entrevistada, pero no ocurrió nada más.

Como Joan Williams, otras mujeres se
negaban a recibir la Orientación Laboral. Se las multaba o se las
enviaba a la cárcel, en ocasiones reiteradas veces. Las estadísticas
publicadas en 1948 ofrecen los siguientes datos:





M. M. Day: 1942:
£8 de multa o 2 meses de cárcel. Multa pagada. Reincidente, 28 días
y 3 meses concurrente.


Margaret
Prendergast, Liverpool: 1941, £3 de multa, impagada. 1942, juicio,
1943, 1 mes de cárcel.


Betty Brown,
Scunthorpe, Lincs: 1942, £5 de multa o 28 días de cárcel,
cumplida. 1944, £10 de multa o 1 mes, cumplida.


J Fermer: 1944, £5
de multa, pago anónimo. Reincidente, £10 de multa o un mes.





Aunque estas cifras frías no revelan
el lado humano de las historias de estas mujeres, la razón de las
repetidas multas o amenazas de cárcel es que cada negativa de
cumplimiento era, por ley, una nueva ofensa. El verdadero crimen fue
el fracaso del Estado para reconocer la objeción de conciencia a la
conscripción industrial.



Objetoras al servicio militar

Gran Bretaña fue el primer país de
los Aliados que reclutó a las mujeres para la Segunda Guerra Mundial
y por lo tanto, fue el primer país en tener objetoras de conciencia.
El 18 de diciembre de 1941, el Parlamento aprobó una ley por la que
las mujeres solteras de 19 a 31 años serían llamadas a servir en
el Servicio Naval Real Femenino, el Servicio Auxiliar Territorial, la
Defensa Civil o la Fuerza Aérea Auxiliar Femenina. A ninguna se le
requeriría usar un arma letal. Las reglas de objeción de conciencia
para los hombres se trasladaron en términos idénticos a las
mujeres.

La causa de las mujeres fue también
adoptada por el CBCO (comité presidido por Fenner Brockway, objetor
encarcelado en la Primera Guerra Mundial, ex presidente del británico
No More War Movement, o movimiento No Más Guerra, y de la IRG,
aunque ya en la Segunda Guerra Mundial había renunciado al
pacifismo). El CBCO había sido fundado en 1939 por un grupo de
organizaciones pacifistas para ayudar a las personas que objetaban.
Se trabajaba por las objetoras y los objetores de muchas formas, como
por ejemplo, ofreciendo asesoramiento sobre el procedimiento de
registro, los juicios y demás procedimientos legales, y presionando
a favor de las personas objetoras en el Parlamento y ante el
gobierno.

Aunque la ley de 1941 permitía que se
llamara a filas a las mujeres entre 19 y 31 años de edad, sólo se
llamó a mujeres de hasta 24 años. Primero se las convocaba a una
entrevista, y quienes ya trabajaban en la enseñanza, enfermería o
en el campo, o las mujeres que se ofrecían a hacer esos trabajos,
quedaban libres y no tenían que registrarse formalmente como
objetoras, aunque podían hacerlo si lo deseaban. Se podía llamar a
filas a otras mujeres, a no ser que consiguieran algún tipo de
exención, incluida la de objeción de conciencia.

Las mujeres que se registraban como
objetoras de conciencia lo hacían en principio en el Intercambio de
Empleo, y después presentaban su declaración en un tribunal de su
zona, donde se celebraba una vista y se resolvía su caso. Los
tribunales de zona se formaban con un presidente legalmente
habilitado y cuatro personas más, nombradas por el ministro de
Trabajo, de las cuales al menos tenía que ser de sindicatos y una,
mujer. Si la solicitante era mujer, el tribunal podría adoptar una
de las siguientes tres decisiones: registrar a la mujer como objetora
de conciencia en modo incondicional, registrarla como objetora bajo
condiciones específicas (por ejemplo, en la enseñanza, enfermería,
en el campo o en la defensa civil), o sacarla del registro de
objetoras de conciencia, esto es, rechazar su solicitud.

Si la objetora no estaba de acuerdo con
la decisión del tribunal, podía llevar su caso al Tribunal de
Apelaciones. De 1.000 mujeres que se presentaron a los tribunales de
zona, aproximadamente la mitad apelaba. Es interesante saber que la
proporción de mujeres que lo hacía era mayor que la de hombres en
su misma situación: se trataba aquí de apelaciones de las
absolutistas, quienes deseaban dar el paso formal porque, debido a
aquella entrevista informal inicial descrita antes, muchas mujeres en
una posición equivalente a la de los hombres, que habían aceptado
la exención condicional, no constaban en las estadísticas de la
objeción de conciencia.

Algunos tribunales de zona no
simpatizaban con las objetoras. En la vista de Hazel Kerr, por
ejemplo, un miembro del tribunal le espetó que si llevara su
argumento a una conclusión lógica, debería negarse a comer y
aceptar morir de hambre. “Quizá eso sea lo más útil que pueda
usted hacer.” Veinte personas del público que asistían a la vista
en apoyo de la objetora abandonaron la sala en señal de protesta. En
la misma vista se le hizo este mismo comentario a Connie Bolam.



Otros momentos señalables

La primera objetora de conciencia fue
formalmente reconocida como tal el 2 de abril de 1942. Fue Joyce
Allen, de 21 años, y estaba en el PPU de East Horndon. Quedó exenta
a condición de que continuara en la enseñanza, y lo aceptó, a
pesar de que hacia el final de la guerra la transfirieran al Servicio
de Socorro Cuáquero de Liverpool. Más adelante en su vida,
participaría en el movimiento radical antiguerra nuclear, y sería
entrevistada como antigua objetora de conciencia por The Guardian
en 2005.

En las dos semanas que siguieron al
caso de Joyce, M. E. Wells, de Scarborough y Alma Gillinder de
Swalwell-on-Tyne pasaron al registro condicional por sus labores de
enfermería o en hospitales.

El 16 de abril, tres mujeres más se
registraban condicional. Dos eran testigas de Jehová, aceptaron
trabajar en hospitales, y la tercera aceptó trabajar a tiempo
completo en la panadería de su padre o en el campo.

Marjorie Whittles, de Liverpool, fue la
primera objetora de conciencia incondicional, declarada así el 20 de
abril de 1942. Se unió a la Unidad de Ambulacias Cuáquera, y
después se la transfirió al Servicio de Socorro Cuáquero. Más
adelante, se casaría con otro objetor de conciencia, Michael
Asquith, nieto de Herbert Asquith, el primer ministro que, en 1916,
introdujo por primera vez en Gran Bretaña la conscripción (con
reconocimiento de la objeción de conciencia).

El 21 de marzo de 1944, Rita Matthews,
de 27 años de edad y de la isla de Wight, testiga de Jehová, fue
condenada a 12 meses de cárcel por no cumplir con las condiciones de
su exención (enfermería o restantes trabajos hospitalarios). La
condena quedó reducida a seis meses tras su apelación a un tribunal
penal inferior, y el ministerio de Trabajo se hizo cargo de las
costas de la apelación.



Historias nunca contadas

Han pasado 69 años desde que Gran
Bretaña aprobó la conscripción para mujeres en 1941. Es mucho
tiempo y esto dificulta las investigaciones sobre el tema. Las
objetoras de conciencia más jóvenes que pudieran estar vivas ahora
tendrían más de ochenta años y es muy difícil localizarlas.
Pasaron 37 años desde lo que vivió Nora Page cuando se declaró
objetora hasta la entrevista que le hicieron en el Imperial War
Museum, que preservó sus palabras para generaciones futuras. Por
suerte, grabaron a once objetoras más, incluida Marjorie Whittles,
pero lo evidente es que existen cientos de historias no contadas.

Las cifras son un tema complicado. El
número total que se da de mujeres que pasaron por los tribunales es
de 1.056 (incluidas 59 enjuiciadas por negarse a cumplir con las
condiciones), pero esto no incluye a las mujeres que aceptaron una
asignación informal a trabajos no militares, quienes, con toda
probabilidad, si las circunstancias hubieran sido diferentes, habrían
solicitado el reconocimiento como objetoras de conciencia. Las cifras
de la conscripción industrial y de las labores obligatorias de
guardafuegos son más complejas aún, pero sabemos que hubo 430 casos
de mujeres perseguidas por crímenes de objeción de conciencia a
estas tareas. Si estas cifras parecen insignificantes comparadas con
los 60.000 objetores de conciencia que hubo durante la Segunda Guerra
Mundial, es porque la proporción de mujeres que podía ser reclutada
era mucho menor, y además porque aquello duró un periodo de tiempo
mucho menor.

Si valoramos el papel de las objetoras
en el movimiento de objeción de conciencia británico habría que
incluir su trabajo fuera de lo que fue objetar propiamente dicho.
Nancy Browne, primera secretaria del CBCO, era un contacto que
agradecían todos y todas las objetoras que buscaban la ayuda del
comité. Myrtle Solomon, su última secretaria (función que
desempeñó al tiempo que llevaba la Secretaría General de la PPU y
después la presidencia de la IRG), fue un contacto fundamental para
los objetores de conciencia que estaban enfrentándose a problemas en
muchas partes del mundo. Tampoco deberíamos olvidar a las primeras
activistas, las de la Primera Guerra Mundial: Catherine Marshall,
Joan Beauchamp y Margaret Hobhouse.

Respecto al presente y el futuro,
deberíamos recordar que el actual derecho a solicitar la baja de las
fuerzas armadas británicas por objeción de conciencia es aplicable
tanto a mujeres como a hombres, aunque aún no conocemos ningún caso
de mujeres que lo hayan ejercido.

Hubo objetoras de conciencia
desconocidas que llevaron pancartas pacifistas junto a esas mujeres
cuyos nombres e historias conocemos hoy. Podríamos, al menos,
llevarlas en nuestro pensamiento, por la fortaleza y la su firmeza
que mostraron a la hora de defender sus ideas críticas con la
guerra.

Fuentes:

Barker, Rachel: Conscience,
Government and War
(Conciencia, gobierno y guerra). Routledge &
Kegan Paul, 1982


Benjamin, Alison: “Voices of Reason”
(Las voces de la razón). Guardian, 3 agosto 2005


Central Board for Conscientious
Objectors (CBCO; comité central para la objeción de conciencia):
archivos, Friends’ House Library (Biblioteca cuáquera)


Hayes, Denis: Challenge of
Conscience
(Problema de conciencia), publicado para CBCO por
George Allen & Unwin 1949


Imperial War Museum (museo de las
guerras imperiales): archivo sonoro, objetores/as de conciencia


Lonsdale, Kathleen:
Prison for Women (Cárcel
de mujeres), Prison Medical Reform Council, 1943


Peace Pledge Union: base de datos de OC
británicos, con la inclusión de 150 objetoras


Williams, Joan: Experiences of a
Woman CO 1939–43
(experiencias de una objetora), manuscrito no
publicado, Friends’ House Library (Biblioteca cuáquera)

Publicado en: Objetoras de conciencia. Antología

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