Prefacio de Cynthia Enloe

en
es

Director de banco central: esta idea se encuentra tan profundamente masculinizada que ni siquiera somos conscientes de que estamos nombrando y visualizando el masculino.*
Sólo prestamos atención al género en la rara ocasión en que se nombra en femenino, directora del banco central. Lo mismo ocurre con otras categorías: piloto de 747, jugador de baloncesto, corredor de bolsa, jefe de policía, operador de bulldozer, mafioso, bombero, ministro de finanzas. Lo positivo (lo que indica progreso) es que hoy en día encontramos mujeres aquí y allá, que han irrumpido en los territorios de los hombres. “Una ministra” ya no suena como sonaba antes, a oxímoron. Hoy en día numerosas mujeres están desempeñando papeles tradicionalmente vedados a las mujeres gracias a su lucha política organizada y su coraje, aunque todavía siguen siendo tan pocas en relación al número de hombres que solemos ser conscientes del género sólo cuando nos damos cuenta de que es necesario nombrar en femenino, decir “bombera” o “mujer bombero”, para evitar que se visualice a un hombre, pues cuando se trata de hombres, usamos la palabra normal, sin plantearnos que no es neutra sino, de hecho, un masculino. Cómo iba a ser de otro modo: todo el mundo sabe que esos puestos han sido siempre ocupados por hombres.

Algo muy parecido ha ocurrido con el
término “objetores de conciencia”. Cuando pensamos en la
objeción de conciencia, en principio pensamos en hombres. Lo
presuponemos. Yo al menos lo presupongo. Por eso, no me planteo temas
de género cuando digo “objetores de conciencia”: no me planteo
si en esta lucha hay hombres y mujeres. Esta costumbre nuestra de
masculinizarlo todo, no ya a los soldados, sino también a quienes se
resisten a serlo, es lo que ha hecho que sea tan importante nombrar
el femenino para quienes han creado este libro, y lo que hace que sea
importante que otras personas lo leamos.

En cualquier caso, el libro ofrece algo
más que la visibilización (la des-exotización) de las objetoras de
conciencia. Si lo leemos entero, nos daremos cuenta de que aflojar el
nudo que une la masculinidad con la función militar y la
masculinidad con la resistencia a esa función nos ayuda a comprender
cómo funciona la compleja relación entre masculinidad y
militarización, y cómo dependen la una de la otra. Un análisis que
muestre cómo depende algo de otra cosa sirve para que cada una de
sus partes sea más vulnerables, más fácilmente cuestionables y por
tanto, potencialmente transformables. Las mujeres que aquí escriben
arrojan una clara luz sobre las raíces de la militarización que
empecinadamente sostiene los ejércitos, la función militar y la
preparación y ejecución de las guerras.

Han sido las mujeres con visión
feminista (aquellas que abiertamente investigan cómo funciona el
patriarcado en la vida cotidiana) de los movimientos de objeción de
conciencia nacionales e internacionales quienes han persuadido a
muchos hombres que se planteaban la objeción de conciencia de que
también era necesario que cuestionaran sus relación personal con la
masculinidad patriarcal. Nos han demostrado que los grupos de
objeción de conciencia donde los (y las) activistas consideran
suficiente abordar los temas de clase, colonialismo, capitalismo y
racismo (temas fundamentales, sin duda, que debemos explorar con
franqueza) son grupos que en realidad se detienen al llegar a la
orilla: un movimiento antiguerra donde la gente duda y no se adentra
en las fuertes corrientes del patriarcado, se encuentra, debido
precisamente a este miedo, reforzándolo, reforzando que el
patriarcado continúe dándole más valor a la masculinidad. El
resultado de este tipo de dudas personales y políticas, individuales
y colectivas es, las más de las veces, que una de las dinámicas
clave, la que sostiene que se privilegie la función militar y
también las estructuras más profundas del militarismo queda
intacta, lista para seguir siendo útil en la próxima guerra.

He de confesar que ha sido sólo
recientemente cuando he llegado a ser consciente de esta parte del
trabajo de las objetoras que cambia las mentalidades y la naturaleza
del movimiento. Aunque varias generaciones de compañeras feministas
me habían ayudado a desarrollar la sensibilidad de poder fijarme en
la labor de las activistas pacifistas, yo seguía concibiendo a las
mujeres que trabajaban en los movimientos de objeción de conciencia
–en la Gran Bretaña de la Primera Guerra Mundial, en la Sudáfrica
de la era antiapartheid, en los años de la guerra del Vietnam
en Estados Unidos– básicamente como un mero apoyo a los objetores.
Imaginaba que estaban ahí ofreciendo apoyo a los hermanos y amantes
o novios que habían decidido negarse a participar en los servicios
militares obligatorios para hombres del gobierno; que eran mujeres
que se habían hecho activistas en movimientos anticonscripción
liderados y concebidos por hombres. Lo que yo imaginaba de estas
mujeres se topaba con el límite de una insuficiente curiosidad
feminista
: no me planteaba suficientes preguntas sobre cómo
podía ser que una causa aparentemente justa pudiera estar infectada
con su propia dosis de patriarcado, cómo sus aparentemente valientes
participantes podían seguir confiando en que las mujeres
permanecerían cómodamente (para ellos) femeninas, nutriendo y
apoyando la causa masculinizada, y no diseñando las estrategias, y
mucho menos comprensiones. De hecho, las activistas feministas de los
movimientos de objeción de conciencia tenían mucho más que ofrecer
que un sólido apoyo: estaban haciendo análisis fundamentales.

Me abrieron los ojos tres experiencias
recientes que avivaron mi curiosidad feminista. Ocurrieron bastante
seguidas. La primera llegó cuando leía un trabajo que preparaba una
amiga, la activistas/académica feminista de Corea del Sur, Insook
Kwon. Insook, que con anterioridad había explorado la
sorprendentemente dinámica interna militarizada del movimiento
pro-democracia de la década de los ochenta en Corea del Sur,
movimiento que consiguió poner fin a décadas de gobierno militar,
ahora ocupaba su sagaz inteligencia en analizar el continuado sistema
de conscripción masculino. Se planteaba preguntas que nacían de su
curiosidad feminista. Estaba explicitando cómo funcionaba la
feminidad y la masculinidad dentro del sistema legal y de la más
amplia cultura política del país sostenidos por los procesos de
conscripción de Corea del Sur. Me recordó que la conscripción
militar masculina era un tema del feminismo.

La segunda experiencia me llegó poco
después, en un viaje a Israel en el que se me pidió que le hablara
a –pero más importante aún, que escuchara a y aprendiera
de–académicas de los Estudios de Género y activistas feministas
de Israel que estaban rastreando y cuestionando la profunda
militarización de su sociedad. Uno de los grupos (cuyos trabajos
llevaba yo siguiendo ya varios años) era New Profile. Creado por un
grupo de mujeres israelíes de mediada edad, algunas de las cuales
habían hecho el servicio militar, la mayoría de las cuales habían
tenido hijos e hijas que tendrían que hacer el servicio militar, las
miembras de New Profile se habían juntado para poner en común sus
preocupaciones por el complejísimo entramado de la militarización
en sus vidas, y para averiguar cómo resolver el tema de las
responsabilidades.

Para cuando me reuní con las
activistas de New Profile, ya habían conseguido atraer a sus
discusiones y acciones a mujeres y hombres jóvenes, que habían
formado un grupo. El servicio militar (su fundamentación, sus
consecuencias para los y las jóvenes y también para sus
progenitores, y sus vínculos con otras dinámicas culturales y
económicas en la sociedad) estaba siempre en la agenda.

Durante mi breve visita, Idan Halili
hizo su presentación pública en la que se negaba a hacer el
servicio militar. Tali Lerner, amiga y de su Grupo de Apoyo, llevó
las ideas de Idan a las conversaciones en New Profile. Idan citaba a
Virginia Wolf cuando explicaba cómo, paso a paso, de niña y luego
de adolescente, había ido formado su decisión de rechazar la
llamada a enlistarse que le haría su gobierno. Más tarde, en un
animado encuentro intergeneracional en Tel Aviv, Idan explicó por
qué no quería ser vista como “héroe/heroína”. No quería que
ninguna persona pacifista pensara que ella era especialmente valiente
por decidir cumplir una condena de cárcel. Tanto convertirla en un
mito como creerla especialmente valiente –nos alertaba–
equivaldría a alentar un tipo de privilegios que, si bien asociado
en este caso a una mujer joven, seguiría alimentando jerarquías
establecidas por los hombres.

En esta misma época, me invitaron a
Turquía. Gracias a la acogedora orientación de la
activista-académica Ayse Güll Altinay, conocí a montones de
pensadoras y activistas feministas del país, entre ellas, Ferda
Ülker. Ferda era de un grupo de mujeres de la ciudad costera de
Izmir. Se habían constituido como tal hacía poco, después de haber
sido parte de un grupo mixto que apoyaba a los hombres que se negaban
a hacer el servicio militar. En su evolución usando el feminismo,
ellas se habían terminado dando cuenta de que necesitaban un espacio
sólo de mujeres para poder analizar las conexiones que empezaban a
ver entre masculinidades, feminidades, conscripción, militarización
y antimilitarización, tanto en lo que respectaba a cómo funcionaban
éstas en su propia organización de objeción como en el conjunto de
la sociedad turca contemporánea. Generosamente, me invitaron a
participar en una de sus animadas cenas. De conversaciones como
aquellas, Ferda y otras mujeres turcas concibieron la declaración
“Declaro mi rechazo…” (incluida en esta antología).

Historias... Estas tres historias me
recuerdan que así es cómo surge la consciencia. En este caso, la
mía propia. Mientras que las mujeres de los movimientos de objeción
de conciencia pueden verse como un fenómeno colectivo, sus
experiencias y sus nuevas curiosidades, nuevas investigaciones y
nuevas consciencias se comprenden a menudo mejor en la narración de
historias. Por ello, al ir leyendo los esclarecedores capítulos que
siguen, ayudará, quizá, no perder de vista las historias de cada
una de ellas, individualmente –en Colombia, Eritrea, Israel, Corea,
Turquía, Reino Unido, Estados Unidos y Paraguay–, historias que
trazan una nueva política partiendo de la narración y el análisis
de sus propias experiencias particulares. De la convergencia de las
historias surge un movimiento. De la reflexión en el embrollo de
historias individuales de las mujeres, de sus rumbos y cambios de
dirección, sorpresas, cabos sueltos, llegamos a un movimiento
sostenible y lleno de vida en su forma de cuestionar las maneras
subrepticias en que el patriarcado infecta tanto el militarismo como
la lucha contra el militarismo.

Cynthia Enloe es catedrática
del Departamento de Desarrollo, Comunidad y Medio Ambiente
Internacional, en la Universidad de Clark, Worcester, Estados Unidos,
y Directora del programa de Estudios de las Mujeres de dicha
universidad. Es autora de numerosos libros sobre feminismo y
militarismo, entre ellos: Bananas, Beaches and Bases. Making
Feminist Sense of Internacional Politics
(Bananas,
playas y bases: comprendiendo la política internacional desde el
feminismo), London, Sigdeny, Wellington, Pandora, 1989, y
Maneuvers: The Internacional Politics of Militarizing Women’s
Lives
(Maniobras: La política
internacional de las vidas de las mujeres de militarización),
University of California Press, 2000.



*Nota
de la t.:
la explicación está adaptada ligeramente por diferencias estructurales de la lengua inglesa y española. Enloe habla de que no solemos sentir la necesidad de tener que añadir un modificador indicativo de género masculino al nombre cuando se trata de un hombre: en banker, decir male banker, en
CO, decir male CO (banker y CO
pertenecen al grupo de palabras neutras formalmente en inglés; aunque se suelan visualizar en masculino por la tradición). En español, donde también se producen problemas paralelos de sexismo en el lenguaje, formalmente no existe el neutro (ni científica ni socialmente ha sido el masculino singular neutro): cada palabra lleva un sufijo indicativo del género masculino o femenino, de ahí la adaptación.


Publicado en: Objetoras de conciencia. Antología

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