Objeción de conciencia: una estrategia

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La objeción de conciencia es considerada más a menudo como un imperativo moral que como una estrategia. Sin embargo, en países con servicio militar obligatorio, existen diversas maneras de evitar o atrasar el servicio militar. Hay quien obtiene una dispensa médica. Otros huyen, emigran, eligen profesiones que les eximen del reclutamiento, o sobornan a funcionarios.

La decisión de declararse públicamente objetor de conciencia y, en algunos casos, enfrentarse a la consecuente persecución, puede ser una estrategia política adoptada conscientemente, a menudo basada en principios antimilitaristas. En ocasiones esta opción es tomada por individuos; por lo general la toma un colectivo de personas con ideas afines y que hacen campaña juntos. Preguntamos a Boro Kitanoski y a Igor Seke, objetores de conciencia de Macedonia y Serbia respectivamente, qué pasos habían tomado sus movimientos cuando tomaron esta decisión.

Desde los márgenes hasta la corriente principal por Igor Seke

La campaña de objeción de conciencia en Serbia siempre fue una cuestión de un grupo reducido de gente. El movimiento se desarrolló en los márgenes políticos y culturales de la sociedad serbia durante los años 90 y principios de la década de 2000.

Los grupos feministas no sólo fueron los primeros en apoyar abiertamente a aquellos que se negaban a hacer el servicio militar, sino también a los desertores de las guerras yugoslavas. Al principio, los hombres sólo se involucraron en una campaña que en principio sólo les preocupaba a ellos (como objetivos del servicio militar obligatorio) a través de la participación en actividades de los grupos feministas, inicialmente a través del grupo Mujeres de Negro. Eso fue de gran ayuda puesto que las feministas ya tenían una idea clara del tipo de cambio que querían ver en la sociedad: el antimilitarismo formaba parte de esto.

El contexto sociopolítico al que nos enfrentábamos durante la campaña complicaba las cosas: nacionalismo, militarismo, homofobia, intolerancia de grupos religiosos más pequeños, etc. nos empujaban a todos hacia los márgenes. Sentíamos que teníamos muy poco espacio para la acción. La objeción de conciencia era considerada una postura de los “drogadictos, homosexuales y miembros de sectas”, y los padres advertían literalmente a sus hijos contra ella. Cuando se nos preguntaba sobre los drogadictos, los homosexuales y los miembros de pequeños grupos religiosos siempre respondíamos que sí, que todos ellos formaban parte de nuestras campañas, al igual que lo hacen de la policía y el ejército. Recalcábamos que éramos un movimiento inclusivo no exclusivo.

La campaña tenía un objetivo muy limitado: acabar con el servicio militar obligatorio en Serbia. Aunque no existía un servicio civil sustitutivo, nuestro plan era conseguir una ley que liberase a los objetores encarcelados (10 testigos de Jehová seguían en prisión en 2002), y que permitiese a los jóvenes rechazar el servicio militar. Sabiendo que al estado, al igual que al gobierno, le importaría bien poco el servicio alternativo, considerábamos a cada objetor como un soldado menos para el ejército. Teníamos la esperanza de crear una masa crítica de objetores que hiciese el reclutamiento demasiado difícil de mantener.

Las acciones a nivel local intentaban “desmitificar” la objeción de conciencia. En una sociedad que temía lo desconocido, la única manera de aceptar algo es llegar a conocerlo. Necesitábamos aliados, y tuvimos la suerte de conseguir que un periodista de un periódico independiente se interesase en el tema. Como se trataba de un tema provocativo, a este periodista siguieron muchos otros y así conseguimos la cobertura mediática que necesitábamos. Durante un debate en la emisora nacional Radio Belgrado con un Jefe del Servicio de Relaciones Públicas del Ejército serbio, se me preguntó “¿Cómo consiguió la campaña para la objeción de conciencia ganar la guerra mediática al Ejército?” No estábamos en guerra con nadie, sólo se trataba del poder de unos argumentos bien expuestos contra la propaganda militar basada en el miedo lo que hizo que la objeción de conciencia fuese más popular que el servicio militar.

Para aumentar la presión política teníamos dos líneas de acción: una nacional y una internacional. A nivel nacional, recolectamos 30.000 firmas para la Ley sobre la Objeción de Conciencia. Las firmas se consiguieron sobre todo en las calles y las universidades. Esto hizo del Sindicato de Estudiantes uno de nuestros principales socios en la campaña. A nivel internacional, con el apoyo de la IRG, la Oficina Europea de Objeción de Conciencia y Amnistía Internacional, conseguimos situar el tema de la objeción de conciencia en el orden del día del gobierno serbio. Para ello utilizamos dos casos concretos: dos objetores declarados se les ofreció un servicio militar sin armas y uno de ellos lo aceptó. El otro (yo mismo) lo rechazó, y fue entonces cuando la red de apoyo internacional hizo lo mejor que podía hacer: en tan solo unos días se enviaron más de 500 cartas de protesta de todo el mundo al gobierno serbio. Me tuvieron que soltar. Un año después, el gobierno aprobó una ley sobre la objeción de conciencia.

De unas 10.000 personas llamadas a filas, 220 declararon su objeción y comenzaron su servicio alternativo el 22 de diciembre de 2003. En 2006, el número de objetores superaba al de los que no se oponían. El 1 de enero de 2011 Serbia acabó con el servicio militar obligatorio, en palabras oficiales era una “suspensión”.

En 2002 mantuvimos una reunión con un representante del Consejo de Europa en Belgrado para pedirle apoyo con la presión política sobre el gobierno serbio. Literalmente se nos dijo: “¿Objeción de conciencia en serbia? Tal vez en 2010”. El último día de 2010 fue el último día de reclutamiento.

Con el fin del servicio militar obligatorio, se acabó la campaña. El antimilitarismo se encuentra una vez más en los márgenes de la sociedad. Tal vez podríamos haber hecho más para conseguir un cambio profundo en la sociedad, tal vez perdimos la oportunidad. Mientras haya ejércitos en los Balcanes y en el resto del mundo, no deberíamos sentarnos y relajarnos. La guerra continúa en la cabeza de muchos en la región, y una campaña antimilitarista fuerte es una necesidad política por el bien de los Balcanes.

La objeción de conciencia como herramienta, no como objetivo por Boro Kitanoski

El primer grupo de objetores de conciencia ideológicos (OC) en Macedonia se creó a mediados de la década de los 90 y provenía desde una subcultura alternativa. Hasta entonces, el mártir silencioso del sistema de reclutamiento militar se reducía al pequeño grupo de los testigos de Jehová. Sus miembros eran juzgados y encarcelados de manera regular y repetidamente (un individuo fue juzgado 7 veces). Pero en público, existía un mutismo absoluto sobre este tema. En ocasiones se consideraba parte de la discriminación hacia una pequeña minoría religiosa, y no era sorprendente. Macedonia se separó pacíficamente de Yugoslavia a principios de los 90 (fue el único país en independizarse sin guerra) y poseía un aura de aceptación internacional de pequeño país amante de la paz en los revueltos Balcanes de los años 90. En realidad, se trataba de una sociedad turbulenta, que acababa de salir de una gran federación, tenía un ejército pequeño, pero mantenía la antigua mentalidad militar yugoslava. Desafortunadamente, esto llegó a un clímax trágico en el conflicto bélico de 2001.

Éramos un grupo de amigos muy, muy jóvenes, que simplemente no quería ir al ejército. Ése era nuestro motivo común, pero desde un principio, tuvimos también un enfoque antimilitarista. Para nosotros la OC era una herramienta, no un objetivo. Nos negamos a tratar el tema desde un punto de vista exclusivamente de derechos humanos, y tampoco queríamos incluir el tema dentro del marco de “integración europea” y esperar a que llegasen las reformas: siempre lo definimos como parte de la lucha antimilitarista mundial.

Ahora, cuando miro hacia atrás, me doy cuenta de que los avances más importantes se consiguieron a nivel de derechos humanos, pero al mismo tiempo, nunca habríamos logrado todo eso si no hubiésemos tenido el objetivo distante y la identidad de nuestra lucha. El público ignoraba el tema hasta que la gente salió a las calles. La deserción del reclutamiento siempre había sido del 20-30%. En ese momento, debido a las guerras regionales, el fracaso del sistema y los robos durante la privatización, el ejército estaba recibiendo un rechazo general, y nosotros lo sabíamos. El problema estaba en conseguir dar más poder a la gente y acercarles a la esfera pública.

Resulta extraño, pero la primera mención de la OC en la Ley de Defensa fue en 2001, aunque las primeras ideas para la eliminación del reclutamiento se fijaron para 2010 o 2012. El servicio civil se instauró en 2003 con un par de objetores llevándolo a cabo. El gobierno estaba ejerciendo todo tipo de presión sobre los objetores: negándose a aceptar declaraciones, enfoques muy variables con respecto a la ley, acusaciones, tratamiento distinto hacia –las etnias de macedonios y albaneses – todo lo que uno se pueda imaginar. Respondimos siendo más activos en las grandes ciudades y ofreciendo apoyo a los objetores de conciencia formulando su rechazo ante el Ministerio de Defensa.

Un estudio gubernamental decía que no habría más de 15 objetores de conciencia. De hecho, en 2004, había 1.000 y esa cantidad iba en aumento. Estábamos seguros de la impopularidad del servicio, y nos aprovechábamos de ello. Contábamos con dos cosas: la tenacidad de un ejército que no quería dejar de utilizar medidas opresivas, y el hecho de que un número creciente de objetores (tanto si realizaban el servicio alternativo o no) acabaría por hacer que el sistema del ejército/servicio alternativo acabase por romperse. Y así fue. En los dos años siguientes, el número de declaraciones de objeción de conciencia aumentaron y en 2006 había más objetores que reclutas que aceptasen el servicio militar. En marzo de 2006, el gobierno por fin declaró el fin del servicio militar obligatorio, mucho antes de lo previsto, diciendo que el número de objetores (gastando nuestro dinero y sin contribuir a nuestra defensa) formaba tan sólo una mínima parte de la decisión.

Traducción - Nayua Abdelkefi Zorrilla

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